Una de las cosas más impresionantes sobre el universo es que a pesar de su incontable cantidad de estrellas y sistemas planetarios, la altísima probabilidad de que exista vida en otros planetas simplemente no puede comprobarse. Aun cuando exista vida en otros planetas, jamás podremos entrar en contacto debido a la constante expansión del universo. La paradoja de Fermi se resume en esa máxima.
En ese sentido resulta más aterradora la idea de estar completamente solos en el extenso espacio sideral que la de ser enfrentados a una guerra de los mundos. Alivio para algunos, tremenda desilusión para otros. La ciencia ficción se vuelve el último reducto de la fantasía en torno a seres provenientes de las fronteras del universo conocido. Y si bien hay suficiente cantidad de relatos de pura ficción, ¿Qué hay de aquellas historias que se basan en la realidad, en mayor o menor medida? Exploremos pues, dos ejemplos cinematográficos que cumplen con ese perfil.
La primera es un corto documental disponible en Netflix con un título que se explica por sí mismo: John was trying to contact aliens (2020). Vayamos por partes ¿quién es ese tal John? John es un joven alto y delgado de abundante cabellera castaña que hace juego con su barba (una facha que es más de músico de rock progresivo que de un técnico de audio) quien vive con sus abuelos en una pequeña cabaña al norte de Michigan. Retraído y tímido, tiene una misión en la vida: enviar mensajes radiofónicos a los moradores de otras galaxias. La historia de este personaje demasiado estrafalario para ser cierto podría dar para mucho que contar, pero la verdad es que su historia va más sobre encontrarse a uno mismo que sobre encontrar a seres interplanetarios.
El documental nos va contando la vida de John y sobre todo como fue haciéndose de un equipo que parece salido de una película vintage de ciencia ficción: pantallas, cintas magnéticas, consolas, gabinetes llenos de cables, bobinas y transistores, que poco a poco llenan las habitaciones de su casa hasta el grado de tener una torre con una antena parabólica en el patio.
Con ese impresionante setup, John emite día y noche un mensaje cósmico escrito con el mejor lenguaje común para los terrícolas: la música. La emisora casera de John deleita los oídos de los alienígenas con piezas de Kraftwerk, Harmonia, Tangerine dream e incluso música folklórica de Indonesia.
Y aunque el esfuerzo de John al final no dio frutos (quizás los extraterrestres no son tan melómanos como creemos) hoy en día él es un introvertido pero excéntrico abuelito hippy, con un rebuscado gusto musical y además de una pasión por la electrónica y las ondas de radio, tiene una historia única por contar. Al final podemos terminar su relato (a manera de moraleja) con una trillada broma local en la internet: quizás los aliens fueron los amigos que John hizo en el camino.
Por otra parte, tenemos UFO (2018) una cinta dirigida por Ryan Slinger, basada en el avistamiento de OVNI en el aeropuerto O’Hare de Chicago en el año 2006. El protagonista de esta historia es Derek Echevaro, quien comparte el entusiasmo y la misión de John, pero sus métodos son muy distintos. Derek es un estudiante obsesivo, con una personalidad asocial, cuya manera de ver el mundo consigna que las convenciones sociales de cortesía y empatía no aplican para él, o, mejor dicho, ni se inmuta de lo importantes que son para el resto de la sociedad. Sin embargo, este joven cretino y paliducho es un prodigio matemático con un talento nato para encontrar mensajes ocultos, descifrar códigos encriptados.
Sus motivaciones para recibir los mensajes de los viajeros intergalácticos vienen de un encuentro cercano en su más tierna infancia. Él no necesita que alguien le pida que lo haga, simplemente es su misión de vida. La película nos muestra cómo su obsesión termina mermando sus relaciones interpersonales con sus únicos dos amigos y afectando su rendimiento escolar, pero al final el mismo FBI termina por contratarlo para seguir con su singular misión.
Sin llegar al extremo de decir que UFO es una mala película, la cinta si puede ser decepcionante para el espectador habitual de cine sobre visitantes de otras galaxias. No es terrorífica, como fire in the sky (1993) ni tampoco innovadora con un gran presupuesto como lo fue en su momento Encuentros cercanos del tercer tipo (1977). Por la naturaleza del contacto entre humanos y extraterrestres, su guión está más emparentado con Arrival (2016) de Dennis Villeneuve.
El conflicto principal radica en una carrera contra reloj para efectuar un intercambio de información de forma eficiente entre ambas civilizaciones. Sin embargo, en UFO los interlocutores provenientes de más allá de las pléyades ni siquiera son vistos; solo alcanzamos a apreciar los destellos de sus naves. Al tratarse de una civilización más avanzada de lo que podríamos imaginar, su acercamiento a los terrícolas es super sutil, y dirigido solo a aquellas mentes lo suficientemente agudas para entender sus mensajes.
Sin embargo, el metraje sí que es estimulante para quienes disfrutan historias sobre el arquetipo del genio pedante. Es una de esas narrativas sobre personalidades cuya ineptitud para desenvolverse en sociedad se compensa con sus asombrosas capacidades intelectuales.
En ese sentido, es como ver Código Enigma (2014), Good Will Hunting (1997) o La jugada maestra (2014), donde Tobey Maguire personifica al ajedrecista Bobby Fisher. Con un reparto complementado con la notable aparición de la icónica Gillian Anderson (The X-files) y la joven promesa de expresivos ojos Ella Purnell (Arcane, Fallout, Army of the dead), la película te garantiza al menos captar tu atención y sumergirte en las impresionantes maneras en las que opera la mente de un genio.
