Por Naomí Jarquín Rufiar
La historia del cine en México está marcada por momentos fundamentales que han orientado su desarrollo. En un país tan diverso y complejo, es esencial destacar que el cine va más allá de la industria y las grandes ciudades; en realidad, el quehacer cinematográfico ha existido durante décadas en diversas regiones, cumpliendo múltiples funciones a lo largo del tiempo.
Uno de los capítulos menos conocidos de esta historia ocurrió en 1985, cuando se llevó a cabo el primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar, una comunidad ikoots en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Esta iniciativa fue promovida por el cineasta Luis Lupone, quien había estudiado en el CUEC y en París, en coordinación con el Instituto Nacional Indigenista. Desde 1977 hasta finales de los años 90, este instituto llevó a cabo un proyecto titulado Archivo Etnográfico Audiovisual, que combinaba disciplinas como la antropología y el cine, con el objetivo de registrar las diversas expresiones culturales de México para preservarlas.
Durante este taller, se capacitó a un grupo de mujeres tejedoras de la comunidad en diferentes áreas y procesos de la producción cinematográfica. Entre ellas se encontraban Elvira Palafox, Teófila Palafox, Guadalupe Escandón, Timotea Michelin, Juana Canseco y Justina Escandon. Estas mujeres son consideradas las primeras cineastas indígenas de México, y su participación significó que, por primera vez, integrantes de una comunidad originaria utilizaran herramientas audiovisuales para registrar aspectos de su vida cotidiana, generando una mirada propia sobre sí mismas y las historias que las rodeaban.
Su sensibilidad como artistas textiles, su capacidad de organización comunitaria y la destreza física adquirida a través de sus actividades diarias facilitaron su aprendizaje en la realización audiovisual. Además, contaban con la visión política de Teófila Palafox, quien deseaba retratar su identidad y sus prácticas, y la perspectiva poética de Elvira Palafox, hábil en crear encuadres arriesgados y en narrar temas sobre sus orígenes y creencias.
Como resultado de este taller, se produjeron varios materiales, entre ellos Tejiendo Mar y Viento, dirigida por Luis Lupone, que presenta el contexto y a las realizadoras; así como Una boda antigua y Teat Monteok: El cuento del Dios del rayo, dirigidas por Elvira Palafox, y La vida de una familia Ikoots, de Teófila Palafox. En su momento, la importancia de estos cortometrajes fue minimizada y su valor incomprendido, incluso por el propio Instituto Nacional Indigenista, lo que provocó que dos de ellos permanecieran enlatados durante casi 30 años.
Aunque han pasado muchos años, este breve fragmento de la historia del cine y de las mujeres ikoots representa una de las semillas de lo que hoy entendemos como cine comunitario, marcando un antecedente fundamental para que los cineastas de diversas comunidades originarias se abran paso y narren sus propias historias, construyendo una autorrepresentación digna y respetuosa de sí mismos en el cine.